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jueves, 4 de junio de 2015

Entrada 7


Somos humanos. Somos una raza imperfecta, como todas supongo. Dicen, somos los más inteligentes, pero en mi opinión creo que somos bastante estúpidos. Y como tal nos comportamos a veces. Nos dejamos llevar por nuestros miedos, prejuicios e impulsos sin pensar fríamente si merece ello la pena y si realmente tenemos razón. Hoy, y gracias a un acontecimiento personal ocurrido en mi vida recientemente, me gustaría reflexionar aquí con vosotros sobre lo siguiente.

Cuando conocemos a alguien tendemos a crear en nuestra mente una opinión que me atrevería a decir que es al 90% equivocada. Tendemos a idealizar positiva o negativamente a una persona, ya no sin conocerla sino sin tan siquiera haber tenido más contacto con ella que una mirada. Nos ocurre a diario: paseando por la calle, en un bar, en el trabajo o en la escuela. 

Como digo, esas primeras impresiones son generalmente equivocadas y de ahí tendemos a crear un prejuicio sobre esa persona. Y a raíz de ahí tendemos a crearnos una idea de una persona por una simple apariencia. Cuando ese prejuicio es positivo tampoco es bueno y es que podemos llegar a idealizar tanto a una persona y generar tantas expectativas en ella que puede terminar por hacernos daño a nosotros mismos. Pero, ¿Qué pasa cuando son prejuicios negativos? Así es como ocurre la mayoría de las veces. Decimos que nos cae mal alguien y me atrevo a decir que no tenemos realmente motivos para decir eso de la inmensa mayoría de esas personas que nos caen mal. Deberíamos pararnos a pensar en esa persona por muy repelente que pueda resultarnos. Podemos llegar a acumular mucha ira e incluso odio hacia alguien que puede seguir alimentándose a diario a causa de nuestra enfermiza mente que busca cualquier palabra o comentario más o menos desafortunado de esa persona. Tal vez esa persona no sea como pensamos, es más, puede que tengamos más en común con esa persona de lo que nos imaginamos. 

Por eso pido una oportunidad a las personas. No podemos evitar crear un prejuicio. No hay una segunda oportunidad para una primera impresión pero si tenemos en nuestra mano no alimentar esos prejuicios. Demos paso a conocer a esas personas y entonces valorar si es alguien que merezca o no nuestra confianza pero nunca perdamos las formas y el respeto. 


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